jueves, 2 de octubre de 2008

RESACA DE UN EMPRESARIO CULTURAL


"Él se burla de los insolentes y concede su favor a los humildes"
Proverbios 3: 34




Tras haber bebido una botella de amontillado mezclada con Martini Bianco, una caja de cerveza nacional y una botella de escocés de litro, y haberlo hecho todo en menos de dos días, sin echarse a la boca más que una goma de mascar, el poeta y empresario cultural Aliro Perver-rroel se siente desfallecer. Es domingo, su único día de descanso y no podrá dormir. La industria de su espíritu lo va a atormentar con sueños y entresueños a los que ingresará y saldrá como un sonámbulo, aterrorizado por las más pesimistas imágenes que un alma melancólica es capaz de concebir: torturas físicas y espirituales (ejecutadas por él y contra él) que exceden lo
narrado en los libros de Historia, el incierto futuro de su cuerpo desgastado, aberraciones sexuales que incluyen crustáceos y frutos, inveteradas miserias familiares, crueldades contra plantas y animales, maltratos infantiles descarados e intentos de homicidio a las mujeres que
alguna vez lo amaron, enfermedades ya vencidas por la ciencia y reflotadas en los crueles parajes de una irrealidad agobiante. Son las 15:00 y Aliro acaba de expulsar violentamente a su novia de la casa, haciéndole un tajo en un seno, porque ésta le dijo: "¡estando bebido no eres nada!". No tiene alprazolanes y ha empezado a tiritar. Se acerca la hora de dormir, que le servirá para engañar –o pretender engañar– a su invencible borrachera. En ese instante piensa en todos los alcohólicos impunes y victoriosos, saludables incluso, que ha conocido; seres con un hígado de acero, una posición económica expectable (él también la tiene, administrando un bar cultural arrendado por sus padres, pero a sus 33 tiene la salud de un anciano y apenas eyacula unas limosnas) y libres de ese maníaco sentimiento de culpa provocado por su madre gemebunda y afectada de hambre crónica.

Siendo las 17:00 de la tarde, los temblores y el desalojo de una bilis ensangrentada lo hacen delirar; expulsa un sudor frío, reptiliano, todos los músculos le duelen, respira con dificultad y siente en la cabeza un agobio feroz. Bebe algo de agua y la expulsa de inmediato. Intenta comer algo de sopa, pero lo hace abrevando, como los animales, porque es incapaz de coger una cuchara. Asimismo, ve en el espejo su rostro sembrado de arrugas y teñido de un rosado color sarna. Las 18:00 de la tarde. Su dolor es tanto que, aún sin ser creyente, intenta hablar con Dios. Lo que siente en la cabeza no es el malestar de las migrañas y cefaleas, si no una sensación de asco y de miedo conectada con el estómago, con los huesos y articulaciones, con los genitales, con la parte baja de la espalda y con el dolor de oídos y de ojos: una suerte de cruel abombamiento, cual si yaciera en el fondo del mar con una mera escafandra y sin protectores auditivos, o botado en el
suelo con una bolsa en la cabeza y sometido a una ensalada de políticas patadas y golpes de puño. Las 21:00 de la noche. Ha oscurecido y decide dormir. A su madre y a los suyos no les gustan sus excesos, y se lo dicen, lo cual hace que Aliro, que los ve como ignorantes campesinos, consuma a lo menos el doble de lo que en realidad anhela. Cuatro veces ha estado, desde los 15 años, internado en una clínica para alcohólicos, y todas por la fuerza. Las cuatro veces convenció a los médicos de estar completamente sano. Ha adelgazado mucho, tiene colon irritable y le está fallando la memoria. Casi no come y el agua le provoca acidez. Oye el teléfono. Es Axel Bontes, un vampiro energético que lo invita a beber unas cervezas y a darse inyecciones de coca con un dinero robado en un asilo de ancianos. Aliro cuelga el fono y se pone a vomitar en el baño, pensando que su rostro ario de barba bien cortada y larguísimo cabello lo hacen parecerse, a sus 33 fatigadas primaveras, a Jesús el Cristo, el redentor del mundo; piensa en su madre, la Virgen de la Cleptomanía, a quien cierta vez, para conseguir dinero, le inventó un cáncer mamario que ahora es real. Decide darse un golpe en la cabeza, pero sólo consigue lesionarse y, tras un breve desmayo, recupera la conciencia. Las 23:00 horas. Todo ensangrentado, ingresa a los más sórdidos parajes de la Quinta Dimensión del mundo onírico, donde todo para él es desventura y nada es digno de irrisiones saludables, y donde se diría que su mente se solaza en parir majestuosos edificios infernales. Ve una ciudad con paredes de ratones, rodeada de acantilados que se ahondan hasta el infinito y donde se oyen bramidos subhumanos, y ríos que ascienden y fogatas subterráneas. Ve a su padre tartamudo ladrando a la salida de un bodegón hediondo a pies, y a su novia adolescente llorando de una forma que le rompe el corazón. Ve a sus dos hijas fustigando sus excesos y escupiendo sobre su rostro amoratado. Ve al Ángel de la Muerte riendo con tristeza y defecando en una alberca cubierta de oro y de vermes y culebras que gritan como si unos vietnamitas las estuvieran quemando con bencina. Todas estas imágenes constan de sensaciones musculares, térmicas, que lo hacen descreer que se trate de un sueño, por lo cual se despierta a cada instante, cada vez más agobiado; y pese a manejar a voluntad las entradas y salidas a la QuintaDimensión, la angustia es demasiado real.

A las 6:00 de la mañana consigue dormir sin tormentos. Pero ya es tarde. Recuerda que su arrendador le prometió desalojarlo con Carabineros, por dos meses de no pago (sus orgías son notoriamente caras), agresiones verbales y amenazas de muerte "a tus hijos y a la puerca de tu esposa, pues conmigo no se juega y ya te pagaré". Los uniformados –que tienen sangre en el ojo contra Aliro, pues ya saben que le tajeó un seno a su novia– entran con inusitada prepotencia, a eso de las 7:00 AM, aprovechando la llave del arrendador. A patadas lo sacan del lecho. Lo meten a la ducha fría durante más de media hora (estamos en el mes de julio), y le golpean todo el cuerpo–todo el cuerpo– con toallas mojadas y tontos de goma, para no dejarle marcas. Aliro grita y promete dejar de beber con la ayuda de los dioses, sus iguales.


Luis Marín Cruces

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